viernes, 28 de noviembre de 2014

Mi llegada

Justo en este instante, estoy cometiendo el mismo “error” que hizo, según una historia bíblica, la primera mujer de la Tierra, Eva. Estoy comiendo una manzana roja en un paraíso que se llama Royal Botanic Garden, en Sydney. Pero en mi caso no me arrepiento y lo repetiría una y otra vez… Pues sí, he llegado bien, sana y salva! Voy a explicaros como ha ido un poco todo:  

Cogí el vuelo des de Barcelona hasta Londres Heathrow (unas dos horitas).  Ya des de entonces, a la hora de despedir mis tíos, mi amiga y mis padres fue como si un sueño empezara.
Atardecer que me ofreció el cielo de Barcelona antes de despegar. Energía positiva. 

Des de Londres tuve que esperar al próximo avión que llegaba hasta Singapore. Intenté caminar el máximo posible porque me esperaban nada menos que 12 horas sentadita…Haciendo cola conocí a un hombre australiano, primer contacto directo con esa lengua suya! Y bueno, de momento los entiendo bastante bien!
Una vez dentro vi que mi asiento (48E) ocupaba una posición central, por lo tanto no tenía acceso libre al pasillo/lavabos cuando yo quisiera sino que tenía que preguntar amablemente si me dejaban pasar. Lo más sorprendente del vuelo fue que estuve durmiendo casi todo el trayecto! Ni yo misma me lo creía! Llegamos al aeropuerto de Singapore. Me sorprendió  el hecho que el suelo estuviera todo cubierto de moqueta. Volvimos al avión. Siete horas quedaban; durante ese tiempo vi Boyhood (película muy recomendable!) y dormí un poco más. (Tengo un poco la sensación de ser marmota). Pero mejor pasar el viaje así que no aburrida sin saber qué más hacer, no? Finalmente aterrizamos en Sydney y me di cuenta de lo que significa “la otra punta del mundo”:  no se recomienda para hacer una “visita relámpago”. Durante el vuelo nos habían repartido unas hojas con preguntas tipo: motivo del viaje, productos que entras en Australia etc etc. Aprendí que se debe poner “no” a todo: marqué “sí” en la pregunta “¿entras algún tipo de fruta en Australia?” y obviamente se quedaron la mandarina y el plátano que me quedaban. También pasaron una hoja sobre el Ébola donde debías indicar si en los últimos 21 días habías estado en algún país de la lista a continuación. Me puse bastante nerviosa pensando que uno de ellos sería España… Pero sólo se trataba de países africanos. Prueba superada. 
Os acordáis del hombre que os he hablado antes? Nos volvimos a encontrar antes de pasar por inmigración, (donde no tuve ningún problema por cierto), y a la hora de recoger maletas. Entonces me dijo “Voy a coger un taxi para que me lleve a casa. Quieres venir y así  te dejamos en tu hostel y no tienes que ir en tren ? ”. Fue como si Australia me estuviera dando la bienvenida y hubiera enviado a alguien para recogerme para así hacer que mi primera impresión del viaje que estaba emprendiendo fuera inmejorable. De esta manera, paso a paso, voy conociendo la magia de viajar sola: you are travelling on your own but you are not alone. Debo añadir que tener esta primera experiencia hizo que me cargara de seguridad ante todo lo que me espera. Nos sentamos a tomar un café, él fue a coger un mapa y me enseñó los lugares que podía visitar durante el día (ahora estoy en uno de esos). Seguidamente subimos a un taxi y me dejó en la puerta del hostel. Una vez allí nos despedimos y nos intercambiamos el contacto. Él continuaba su trayecto hasta su casa. No sabía cómo agradecerle por haber hecho que mi llegada a Asutralia fuese mucho más personal de lo que yo esperaba.
Eran más o menos las 9 de la mañana cuando llegué al hostel y no podía entrar en mi habitación hasta las 13:30 teóricamente. Eso ya lo sabía pero aún así me dejaron duchar (cosa bastante necesaria) y quedarme en la sala de estar. Lo que hice también fue ir a comprar un adaptador de la corriente y comida para poder comer en la cocina del hostel. Gran sorpresa la mía cuando entré en un “7 eleven” (supermercado de Australia). Era tan grande y había tantas cosas que me pasé bastante rato dando vueltas a ver qué compraba. Me tomé el lujo de comprar un kiwi de Nueva Zelanda. La sensación al tomarlo fue rara: en España, Nueva Zelanda te queda muy lejos, en cambio en Australia está a dos/tres horas en avión.
A la hora de comprar eras tú mismo el que pasabas los productos por el lector de barras, los depositabas en la bolsa de plástico, introducías la tarjeta, pagabas y ¡compra hecha! Todo ello interactuando con una máquina.
Volví al hostel y comí un poco. Se hicieron las 13:30h y mi habitación aún no estaba preparada. Como que no tenía ganas de esperarme eternamente decidí ir a hacer un poco la turista siguiendo el mapa que me había facilitado mi “guía”. Os voy a ser sincera, estaba cansadísima y de tanto en tanto me iba viniendo un sueño que amenazaba con cerrar mis ojos. Así que tenía que combatir contra él. ¿Por qué? Por la sencilla razón que debía  reducir el jet lag, aguantar el día como pudiera para así adaptarme ya des del primer día al horario australiano. Me subí a un bus que me llevaba gratis hasta la Opera House. La elegí como primera destinación para así creerme que realmente estaba allí, en Sydney. Es impresionante observar ese edificio. En esos momentos hubiera deseado saber un poco más de arquitectura para saber la razón de la forma y de la ubicación. La Opera House se hace paso a través del mar y la brisa marina roza constantemente sus paredes y tejado. La rodeé caminando. Des de ella se veía el puente famoso de Sydney también.
Sydney Harbour Bridge; des de la Sydney Opera House

Alrededores del Sydney Opera House

Des del Botanic Garden, el famoso edificio. 

Después fui al Royal Botanic Garden que se encontraba justo al lado. Me encantan estos sitios en medio de ciudades que parecen un mundo aparte, como si estuvieran rodeados por una cúpula invisible de vidrio que no permite entrar en ella el bullicio de los coches y las personas. Caminé unas cuantas horas por allí dentro. Lo necesitaba después de haber estado tanto tiempo sin moverme dentro del avión. Lo que me gustó especialmente del parque era el hecho que se podía caminar por donde se quisiera, por encima de la hierba, al lado del lago… Estaba formado por un sinfín de pequeños rincones que invitaban a sentarse e imaginarse mundos paralelos o sencillamente observar con una sonrisa dibujada en los labios el lugar donde te encontrabas. Fue aquí también que me di cuenta de qué quiere decir  el “hacer lo que quieres” cuando viajas sola. Y es que puedes decidirlo absolutamente TODO. Si sentarte ahora, o unos metros más allá; pararte a observar este jardín o pasar de largo… Finalmente me senté sobre la hierba, con vistas a un lago y me tomé una manzana (fue en ese momento que empecé a escribir este post aunque ahora ya estoy en otro lugar). Allí sí que me di el permiso de estirarme y cerrar un poco los ojos. No estuve mucho tiempo (ya sabéis el porqué) y además un viento un poco frío empezó a soplar. Me he dado cuenta que este viento siempre está presente en las zonas cercanas al mar, lo que hace que se creé un efecto curioso: el sol ofrece sus rayos de manera muy generosa, pero el viento frío impide que el calor te llegue con toda su fuerza.
Después paseé por el núcleo antiguo de la ciudad llamado The Rocks. Se habían hecho ya las siete de la tarde por lo que decidí volver. Una vez en el hostel, cené y a las ocho casi nueve estaba en la cama, agotadísima, pero con unas ganas increíbles de despertarme al día siguiente y seguir explorando los secretos del nuevo país donde había aterrizado hacia tan sólo unas horas. 
Royal Botanic Garden; árbol curioso, verdad?

El lago del parque. En él hay anguilas. 

En el parque hay una pequeña explicación sobre la colonización de Australia. Ésta es una demostración sobre como eran los refugios de los aborígenes.

Este árbol se encuentra por todos lados. Tiñe el suelo de color lila con sus hojas. 

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