Un agujero entre espacio y tiempo, así es como ha sido
Adelaide. Me preguntaréis ¿qué has visitado?, ¿qué has visto? Y mi respuesta
será “Lo suficiente”. Después de haber estado un mes inmersa visitando y
viviendo intensamente cada momento decidí que necesitaba un tiempo para
sencillamente “estar”. Aislarme un poco y dejar que las palabras fluyeran y así
transmitiros, sin dejarlo para más tarde, todo lo que había vivido. La ciudad
de Adelaide se ha convertido en una librería, en la que me he sentido muy
acogida. Ha sido un paréntesis. No queráis comparar mi estancia en Melbourne
con Adelaide. No sé cómo lo hago pero de alguna manera personalizo mis días en
las ciudades muy a mi manera. Normalmente decimos que todas las ciudades son
iguales pero a mí me cuesta afirmarlo. Encuentro que cada una emana energías diferentes, o quizás el hecho de que una nueva persona empiece a
recorrer sus calles deforme el entorno de la ciudad y se convierta en experiencia.
Así, mientras que Melbourne fue una ciudad de la cual exprimí al máximo de
ella, visitándola y encontrándome con gente que había conocido; Adelaide se ha
tratado más de un lugar de paso para buscar a alguien para seguir mi ruta hasta
el corazón de Australia, el Outback, el desierto… Y aunque se haya tratado de
un lugar de paso, no por eso ha dejado de desprender una magia muy especial
para mí.
Adelaide me ha enseñado otra cosa: perder la ansiedad del
tiempo. Durante las últimas semanas en algunos momentos me encontraba
continuamente pensando en cada día que pasaba y lo que eso significaba… que el
16 de junio, el día que vuelvo, se iba acercando. Pero mientras he estado en
Adelaide he aprendido que no tiene sentido pensar en el presente como un
consumidor del tiempo, sino que es mucho mejor verlo como el momento que es,
sin violarlo ni querer darle valores innecesarios que no tiene. Y sí, es
verdad, no descubro nada nuevo, Horacio ya lo decía “carpe diem” pero parece
que es algo tan obvio que a veces cuesta interiorizar. Curiosa la naturaleza
humana, no?
No sólo ha sido Adelaide en sí la que me ha ayudado a sentir
que a mi alrededor había cierto ambiente especial, sino también el hostel en el
que me hospedé. Me gustaría definirlo como un hostel que carece de gravedad, un
satélite medio flotando, medio anclado en la Tierra, sin saber muy bien por qué
lugar decidirse. Y en él sólo entran esas personas que en el segundo que
aterriza están allí. Si pasas por delante un poco más tarde o más temprano, lo
pierdes, no entras, sencillamente no lo ves, lo pasas por alto. Yo tuve la
suerte de encontrarlo. En principio sólo reservé dos días porque mediante
Gumtree estaba buscando alguien con quien ir hasta Alice Springs. Gumtree, para quien no lo sepa, es una página
web en la que personas cuelgan anuncios sobre distintas rutas que van a hacer y
si te interesa te puedes unir. Para entendernos, es como hacer autostop pero
usando Internet. El caso es que estaba buscando información en Internet en la
sala común cuando vino Reddy, un trabajador del hotel de origen indio, que me
dijo que tenía que decirme algo cuando acabara de trabajar. Me preguntó “¿conoces
a Anika, no?” y yo “sí”. Así que minutos más tarde nos reunimos y me dijo que
Anika le había enviado un mensaje preguntando por mí y le había pedido que me
introdujera a algunos de los amigos que había hecho durante su estancia en el
hostel. Esa misma tarde me uní a un
grupo de cinco personas y me llevaron a la playa en coche. Se acabó
convirtiendo en una bonita velada!
Reddy y yo. Thank you mate! |
El nombre del hostel es “our house”, que podríamos alargar a
“our house, your house”. Y así es como me he sentido, entre familia, entre
amigos que aun no conocía y que me estaban esperando. El desayuno estaba
incluido y ninguna de las cinco noches que he pasado al final, he cocinado
sola. Siempre había alguien ofreciendo un poco de comida india o cocinaba con
Alan. Alan es un músico que va descalzo y con su guitarra allí donde va. Me
invitó a ir a hacer música de calle así que me pasé todo un día al otro lado de
la funda de la guitarra abierta, viendo pasar la gente, aprendiendo a observar
las reacciones al escuchar la música. Descubrir que los niños son los que
entienden la magia de la música mejor, y que a veces no hace falta que alguien
tire una moneda en la funda de la guitarra para saber que les has llenado con
un poco más de felicidad. Al final del día, mientras Alan tocaba yo improvisaba
la letra y cantaba. Buenas vibraciones!
Al enterarme que podía conseguir Mango Lassi en Adelaide, fui a comprar uno inmediatamente. Aquí Alan intentando robar el mío... |
Alan y yo, preparándonos para empezar a tocar en la calle! |
Lugares principales que he visitado de Adelaide? Entre ellos
se encuentra la librería (perfecta para escribir sin ser molestada), el museo
de arte y el parque. En el parque observamos las formas de las nubes, escuchamos
música, bailamos, escapamos del agua de los aspersores, caminamos, despedimos…
El parque |
Cortina de agua |
Yo protegiéndome del viento tras la cortina de agua |
Os presento "the Iris bird"; y con este dibujo pintado por Alan en la pizarra del hostel, sigo viajando dirección desierto. |
En el libro que estoy leyendo ahora de Haruki Murakami, “Baila,
baila, baila”, he encontrado un buen fragmento que resume un poco cómo me
siento haciendo mi viaje:
“Trazar la línea
siguiendo los puntos me había conducido a esto. Había llegado hasta ahí
bailando al son de la música. ¿Estaría bailando bien? Hice un rápido repaso de
todo lo que me había ocurrido y analicé mi comportamiento. […] Si volviera a
vivir lo mismo, me comportaría igual. Es lo que se llama coherencia. Al menos
sigo moviéndome. No dejo de marcar los pasos”
Y son pasos que marco y que fluyen sin más, como agua. Como
una niña de agua, atenta a las corrientes marinas que surgen de improviso y me
llevan a lugares insospechados donde nuevas aventuras empiezan y enlazan con
otras.
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Dibujo que hizo mi mamá representando una gota de agua que fluye. |
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Y en el momento de tomar la foto, un pequeño arco iris se posa sobre el rostro de la niña de agua. |